En cierta ocasión, un hombre se acercó a Sócrates y le dijo:
-Tengo que contarte algo muy serio de un amigo tuyo.
Sócrates le miró profundamente con sus ojos de sabio y le preguntó:
-¿Ya pasaste lo que me quieres contar por la prueba de los tres coladores?
-¿Qué prueba es esa? -le dijo desconcertado el hombre.
-Si no lo sabes, escúchame bien. El primero de los tres es el colador de la
verdad. ¿Estás completamente seguro de que es cierto lo que me quieres contar?
-En realidad, seguro, seguro, no. Creo que es cierto porque lo escuché de
un hombre muy serio, que no acostumbra decir mentiras.
-Si eso es así, con toda seguridad que no lo pasaste por el segundo
colador. Se trata del colador de la bondad.
El hombre se sonrojó y respondió con timidez:
-Ciertamente que no.
Sócrates lo miró compasivamente y siguió diciéndole:
-Aunque hubieras pasado lo que quieres decirme por estos dos primeros
coladores, todavía te faltaría el tercero, el de la utilidad. ¿Estás seguro que me va
a ser realmente útil lo que quieres contarme?
-¿Util? En verdad, no.
-¿Ves? –le dijo el sabio-, si lo que me quieres contar no sabes si es
verdadero, y ciertamente no es ni bueno ni provechoso, prefiero que no me lo
digas y lo guardes sólo para ti.
Habla sólo lo positivo de los demás para que se sientan aceptados,
valorados, respetados. Palabras que animan, que siembran confianza, que
tumban prejuicios y barreras, que calientan corazones. La palabra puede herir o
animar, desanimar o entusiasmar, ser látigo o caricia. Combate las ideas
preconcebidas, borra los prejuicios, limpia las mentes. No juzgues a los demás si
no quieres ser juzgado.
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