(Ilustración de Lina Dudaite)

martes, 29 de noviembre de 2011


Si se ha tenido el valor o la necesidad de entrar en el laberinto, enfrentarse al minotauro que habita su centro, y se ha conseguido salir, la espiral -raíz del laberinto- se vuelve centrífuga. El centro se convierte en un lugar amable y conocido al que ahora se entra sin temor y del que se sale sin mácula.
¡Se aprende tanto del dolor! La flecha antaño lanzada, esa que atinó donde más dolía y que produce una intensa punzada en el corazón, puede ser utilizada en beneficio propio. Cuesta aprenderlo, pero una vez conseguido, no reporta más que beneficios, equilibrio interno, autoconsciencia.
No hay verdadera alegría sin haber conocido la tristeza, no hay sentimiento de calma sin haber sido arrastrado por la ola hasta clavar los dientes en el fondo del mar.
                  (Salir del laberinto)(Ángel)

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